—Una curiosidad que tengo. —José puso los pies sobre
mi escritorio y se reclinó sobre la silla—. ¿Te masturbas mientras escribes
estas historias?
Nos miramos un rato en el que pareció querer arrancarme
todos mis secretos.
—No —contesté y volví a teclear sobre mi portátil.
—Sabía que lo hacías —dijo—. ¿Y ligas más? ¿Notas
que tus compañeras te miran de otra manera?
—El otro día se me insinuó la chica de la limpieza
—contesté sin tener muy claro si aquello
había sido una insinuación.
José bajo los pies para inclinarse sobre mi
escritorio.
—¿En serio? ¿Y te la tiraste?
—Claro —contesté sin levantar la vista de mis
apuntes.
—Sabía que no lo habías hecho. Pues deberías
aprovechar… —antes de que pudiera terminar su frase llamaron a la puerta y
entró la directora editorial. Francesca Capresi era una mujer sumamente
atractiva y solo deseé que a José no se le ocurriera abrir la boca. Por suerte estaba demasiado ensimismado recorriéndola de
arriba abajo con su mirada. No disimuló su interés que acompañó con su sonrisa
de “aquí estoy, dispuesto a dártelo todo, nena”. Pero Francesca solo le dedicó
una mirada de cortesía.
—Perdona que interrumpa —me dijo con su melodioso
acento italiano—, mañana a las seis
pásate por mi despacho. ¿Es posible?
—Claro —grazné y me carraspeé. En cuanto volvió a
cerrar la puerta me escondí detrás de la pantalla, pero no me libré del sermón.
—Olvídala —susurró José como si temiera que pudiera
seguir escondida detrás de la puerta. Percibí cómo me hacía un gesto negativo
con la mano—. Juega en otra liga.
HISTORIAS HÚMEDAS
FANTASÍAS: LA OBSESIÓN POR UN AGUJERO