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16 noviembre 2014

Parte 13



Salí del ascensor dispuesto a incorporarme al trabajo después de mi descanso para comer. Pasé por los cubículos de algunos compañeros y me percaté de la tensión que había en el ambiente. Vi a Miriam hablando con la recién incorporada becaria y me acerqué. 
—¿Qué ocurre? —La gente estaba trabajando, pero lo hacía de un modo extraño, como si estuvieran listos para echar a correr en cualquier momento. Miriam abrió la boca para contestarme, pero en ese instante sonó el bramido de mi jefe en su despacho. Había dicho algo así como “Pues vete, no me importa”.
—Es su mujer —aclaró Miriam por fin—. Llevan un rato encerrados ahí dentro y solo se le escucha a él.
No me dio tiempo a preguntarme si debería preocuparme por la integridad de la mujer de mi jefe porque de pronto se abrió la puerta y ella salió. Todos contuvimos la respiración, a la espera del siguiente acontecimiento. Ella sonrió con esa clase que la caracterizaba sin mirar a nadie en concreto y no obstante buscando a alguien entre la multitud silenciosa. No se perturbó cuando mi jefe cerró la puerta detrás de ella a pesar de que las paredes empezaron a temblar. No sabía si acercarme, pero ella me hizo un guiño casi imperceptible cuando me vio. Fue hasta el ascensor y yo fui detrás disfrazando mi gesto de pura casualidad.
—Se acabó —dijo con la mirada fija en el letrero luminoso del ascensor—. Lo dejo.
Intenté poner cara de pesar y alegría. No lo conseguí y me apresuré a hablar.
—Personalmente me alegro. Ya es hora de que seas feliz.
Ella me miró por fin. Si estaba abatida no se lo dejó notar. Sus ojos reflejaban la chispa de quien anhela recuperar todo el tiempo perdido para empezar a vivir por fin.
—Me gustaría invitarte a cenar —dijo con tranquilidad—  pero veo en tus ojos que estás enamorado y no sería una buena idea. Eres un buen hombre, y ella es una tonta si no lo ve.
Sonreí desconcertado. Iba  decirle que me apetecía cenar con ella, pero posiblemente tenía razón.
—No es tan fácil —murmuré.
Las puertas del ascensor se abrieron y ella entró con esos movimientos elegantes que se disponían a despedirse del pasado.
—¿Sabes lo que he aprendido? Cuando uno ama a alguien de verdad, hace que todo sea fácil. —Sonrió hasta que las puertas del ascensor se cerraron.
Permanecí inmóvil, consciente de las miradas que estaban clavadas en mi espalda. Dudé un momento si llamar el ascensor y arriesgarme a correr tras ella, pero finalmente me giré. Todos los compañeros volvieron a llenar el ambiente con trabajo, a excepción de Miriam y Francesca, que me miraban cada una desde un extremo de la habitación.

HISTORIAS HÚMEDAS
EL HOMBRE DESEADO