—No ha sido tan terrible, ¿verdad? —Miriam y yo
estábamos sentados sobre el suelo en mi despacho, clasificando más sugerencias,
comentarios e ideas que habían llegado a mi correo.
—¿El qué? —mordí un trozo de la pizza que habíamos
encargado.
—Escribir sobre el sexo en pareja.
—No tengo problemas con el sexo en pareja. Dejadme
en paz ya con ese tema.
Miriam se rió y se echó otra copa de vino. Habíamos
abierto la botella para celebrar el tener que quedarnos hasta tarde.
—¿Bebiendo durante las horas de trabajo? —El acento
italiano hizo que ambos nos giráramos hacia la puerta. Francesca entró en mi
despacho con una sonrisa transigente, una elegancia sublime y un perfume
sugerente que se me clavó en los pulmones.
Se agachó para ver lo que estábamos clasificando e
intercambiamos algunas impresiones sobre las próximas entregas. Rechazó la copa
de vino que Miriam le ofreció y el triángulo de pizza que quedaba en la caja.
Se fue con la sugerencia de que nos fuéramos a cenar algo decente.
—Es impresionante —comentó Miriam.
—Hm —contesté enterrándome entre los papeles.
Miriam se rió, obligándome a mirarla.
—¿Qué?
—Que estás enamorado hasta las trancas. ¿Crees que
no se te nota? Apenas sueltas monosílabos y te pones colorado como un cangrejo.
La miré irritado.
—Tonterías. Eso es porque es mi jefa.
Miriam me miró como si acabara de exponer la excusa
más rebuscada del mundo, pero no insistió.
—Por cierto, ¿cómo se llama ese amigo tuyo que viene
a verte a menudo? —cambió de tercio.
—Te refieres a José. ¿Por qué lo preguntas?
—Curiosidad.
—Has dicho “por cierto”, así que hay algo más.
—Lo he visto el otro día saliendo del despacho de
Francesca.
Traté de poner mi conocida cara de póker, pero lo
cierto es que me costó frenar mi impulso de llamar a José y preguntarle por qué
había buscado a Francesca.
Miriam me sonrió y vació la botella de vino en mi
copa. Estaba seguro de que podía leerme los pensamientos.
HISTORIAS HÚMEDAS
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