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26 octubre 2014

Parte 10



De acuerdo, intenté ligármela, ¿vale? —Después de media hora discutiendo, por fin llegó la confesión que necesitaba escuchar de José. Lo había hecho venir bajo amenaza de retirarle la palabra de por vida si no acudía a mi llamada. Llevaba tiempo esquivándome.
—Está casada, imbécil. —Fue lo primero que se me ocurrió decir.
—No, no lo está —contestó con tranquilidad. Sus zapatillas Nike descansaban, como de costumbre, sobre mi escritorio–. Y si lo está, no están juntos.
Abrí las manos, hastiado y celoso ante la idea de que hubiese intimidado hasta ese punto con Francesca.
—¿Cómo sabes eso?
—Intuición masculina. —Trató de quitarle importancia.
—¿Y qué pasó? —Me senté en mi silla, consciente de lo idiota que debí parecer caminando de un lado a otro.
—¿Qué pasó de qué?
Mi intención de aparentar calma se fue al traste.
—¿Te la has ligado?
José es así. Un tocapelotas sin parangón, un desquiciador profesional. A veces me pregunto cómo surgió nuestra amistad. Supongo que simplemente estaba ahí un día, plantado en mi despacho, con una sonrisa lerda. La misma que me mostraba ahora.
No debía de ser tan difícil averiguar si Francesca estaba casada o no, pensé mientras me aventuré a su despacho. Pero no quise soltar semejante pregunta a mis compañeros, y mucho menos a Miriam. Ya no quedaba nadie en la redacción. Había sufrido el paso de las horas con creciente ansiedad, apenas aprovechando el tiempo para empezar a escribir la próxima historia. Pero por fin me había quedado solo.
Abrí la puerta del despacho de Francesca y fui directamente hacia la foto que tenía sobre su mesa. Esa foto que nunca alcanzaba a ver cuando me sentaba enfrente de mi jefa. Cogí el marco de madera y me enfrenté a su contenido. Ciertamente un hombre guapo, muy guapo, si me regía por los cánones de belleza. Me imaginaba a Margarita limpiando la foto entre suspiros. Un hombre moreno con gafas de sol sobre una Vespa blanca y verde en algún lugar de Italia. Me mordí los labios. ¿Daba esa imagen respuesta a mi pregunta?
Entonces alcé la vista y vi pasar al tal Murphy de las leyes que nunca fallan, y justo después apareció Francesca. Primero se asustó al verme, luego me miró confundida.
Puse la foto sobre la mesa como si quemara mis manos.
—Te vi marchar —mascullé.
—Eso no es excusa para estar aquí—contestó y tiró su abrigo sobre uno de los sillones.
—A José se le perdió algo aquí el otro día —improvisé de mal humor y me dirigí hacia la puerta.
—Eso suena a excusa barata. —Francesca recuperó su posición frente al escritorio—. No estuvo el tiempo suficiente como para poder perder algo.
Reculé y volví a asomarme por la puerta.
—Yo pensé que…
Francesca detuvo mi amenaza de fruslería alzando las manos.
—Por favor, dai, es un engreído. No sé cómo lo soportas.
No pude dormir, así que me senté a repasar la historia que había seleccionado con Miriam. Iba a ser bastante explícita y la duda me hizo llamarla para ver qué opinaba.
—La única excusa que me vale, para que me despiertes a las cuatro de la madrugada, es que te hayas muerto, y si no es eso, te mataré yo mañana.
¿Qué le había hecho yo a las mujeres?


HISTORIAS HÚMEDAS
FANTASÍAS: LARGO, MUY LARGO