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19 octubre 2014

Parte 9



No ha sido tan terrible, ¿verdad? —Miriam y yo estábamos sentados sobre el suelo en mi despacho, clasificando más sugerencias, comentarios e ideas que habían llegado a mi correo.
—¿El qué? —mordí un trozo de la pizza que habíamos encargado.
—Escribir sobre el sexo en pareja.
—No tengo problemas con el sexo en pareja. Dejadme en paz ya con ese tema.
Miriam se rió y se echó otra copa de vino. Habíamos abierto la botella para celebrar el tener que quedarnos hasta tarde.
—¿Bebiendo durante las horas de trabajo? —El acento italiano hizo que ambos nos giráramos hacia la puerta. Francesca entró en mi despacho con una sonrisa transigente, una elegancia sublime y un perfume sugerente que se me clavó en los pulmones.
Se agachó para ver lo que estábamos clasificando e intercambiamos algunas impresiones sobre las próximas entregas. Rechazó la copa de vino que Miriam le ofreció y el triángulo de pizza que quedaba en la caja. Se fue con la sugerencia de que nos fuéramos a cenar algo decente.
—Es impresionante —comentó Miriam.
—Hm —contesté enterrándome entre los papeles.
Miriam se rió, obligándome a mirarla.
—¿Qué?
—Que estás enamorado hasta las trancas. ¿Crees que no se te nota? Apenas sueltas monosílabos y te pones colorado como un cangrejo.
La miré irritado.
—Tonterías. Eso es porque es mi jefa.
Miriam me miró como si acabara de exponer la excusa más rebuscada del mundo, pero no insistió.
—Por cierto, ¿cómo se llama ese amigo tuyo que viene a verte a menudo? —cambió de tercio.
—Te refieres a José. ¿Por qué lo preguntas?
—Curiosidad.
—Has dicho “por cierto”, así que hay algo más.
—Lo he visto el otro día saliendo del despacho de Francesca.
Traté de poner mi conocida cara de póker, pero lo cierto es que me costó frenar mi impulso de llamar a José y preguntarle por qué había buscado a Francesca.
Miriam me sonrió y vació la botella de vino en mi copa. Estaba seguro de que podía leerme los pensamientos.


HISTORIAS HÚMEDAS
SECRETOS DE DORMITORIO O CÓMO CONVERTIRSE EN MR. HYDE 


Me pregunto si existe la pareja ideal. Pero sobre todo me pregunto qué significa la palabra “ideal”. La RAE no me lo acaba de aclarar, y si pido opinión a amigos o compañeros, me doy cuenta de que cada uno tiene su propia definición. Si tomamos las mujeres a las que he preguntado, el adjetivo “ideal” unido al nombre “pareja” da como resultado algo parecido a Carlos Baute. Alguien que les lleva el desayuno a la cama y las comprende en los días de cambio (palabras de una de sus canciones). Los hombres que me contestaron prefieren una mezcla entre la pulcritud de Doris Day en el día a día y la explosividad de Pamela Anderson durante la noche.
Obviamente, solo son generalizaciones, exageraciones y fantasías. Lo que es válido para unos puede ser un auténtico insulto para otros. Incluso lo que fue válido hace unos años puede resultar ser un disparate en este instante. No existe una ciencia exacta sobre cómo ha de ser una pareja o una relación ideal. Eso es algo que cada pareja debe definir por sí misma. Mientras ambos componentes estén de acuerdo, ¿quién soy yo para juzgarlos?

Aitor es un hombre tímido, sencillo, no demasiado dado a tomar decisiones. Todo lo contrario que su mujer Ainhoa, un torbellino de emociones. Es uno de esos amores que surgen no se sabe muy bien por qué razón. Los amigos de Ainhoa sostienen que Aitor no tiene personalidad y que necesita de una mano firme que lo guie por la vida. El amigo de Aitor ve en Ainhoa una bruja caprichosa que abusa de su buen corazón. Escenas como la que siguen han ayudado a fomentar ese estupor de no entender cómo se sostiene una relación entre polos tan opuestos.
Ella: Me apetece un café. ¿Por qué no te levantas y me preparas una taza?
Él: (Deja de leer el periódico y se levanta a preparar un café)
Ella: Sabes que no me gusta que mires el fútbol. ¿Por qué te gusta ponerme de mal humor?
Él: (Apaga la tele cuando Messi se va de cuatro delanteros y chuta a gol)
Ella: Qué insulso eres. Ojalá se te pegara un poco del marido de Tere, ese sí que los tiene bien puestos.
Él: … 
Ella: Por cierto, he tirado esa camiseta tuya que parece roída por los ratones.
Él: (Oculta una lagrimita. Esa camiseta de los Ramones llevaba con él desde los 15 años)
Ella: Te estás quedando calvo; estás engordando; no me haces gracia;
Él: (Escucha, escucha, escucha)
Cualquiera diría que este tipo de relación es insostenible, que Ainhoa es una tirana y Aitor su víctima permisiva. Pero Aitor y Ainhoa tienen un secreto. Un secreto que no sale de su dormitorio. Un secreto que restablece el equilibrio.
—¿Pongo el despertador? Mañana no hace falta madrugar. —Aitor gira las pequeñas ruedas para poner el reloj en hora.
—No pienso levantarme a las diez de la mañana —contesta Ainhoa sin dejar de leer su novela de Danielle Steel—. Ponlo para las ocho. Tienes que arreglar el grifo del baño.
Aitor obedece y deja el despertador sobre la mesilla. Se acomoda en su almohada y mira al techo. Pasan cinco minutos, suspira, luego se destapa, se pone de rodillas y mira a su mujer. Ella apenas levanta la mirada de su libro, pero esboza una sonrisa.
—¡Deja el libro! —ordena Aitor con un tono de voz que ha ganado en gravedad.
—Solo termino la última frase y…
—¡Ahora! —repite y empieza a tocarse sus genitales por encima del pijama.
Ainhoa cierra el libro y lo deja sobre su mesilla.
—¡Tócame!
La mano de Ainhoa toma el relevo y empieza a frotar el bulto excitado debajo de los pantalones de su marido. Aitor descubre los senos de su mujer con impaciencia. Pasa su pulgar por los pezones hasta oírla gemir. Sonríe complacido y se baja el pantalón del pijama.
—Ahora chúpamela y hazlo muy lentamente, hazme ver que lo disfrutas. —Ainhoa coge el pene y su lengua desata con él una batalla. Aitor echa la cabeza hacia atrás—. Eso es, zorrilla. Has sido una chica muy mala hoy y te voy a castigar. Ya lo creo que sí.
La coge por el pelo y guía su cabeza, de modo que su pene desaparece en el interior de su boca. Entra y sale aumentando el ritmo, y justo antes de perder el control se retira.
—¡Abre las piernas! —ordena mientras se recupera.
—¿Todavía tienes fuerzas? —pregunta Ainhoa, limpiándose la boca con la mano.
Aitor se incorpora, la coge por las piernas y la desliza hasta que queda acostada. Con un gesto decidido le abre las piernas.
—¿Dudas de mí? Te voy a enseñar a respetarme. —Le mete el dedo corazón en la boca y juega con su lengua hasta que el dedo queda bien húmedo. Luego busca su sexo y le introduce el dedo. Ella arquea la espalda. El ritmo de Aitor es frenético, tanto que ella ya perdió la cuenta de sus orgasmos.
—¿Sigues dudando de mí? —susurra Aitor sin dejar de mover sus dedos dentro de ella.
—No —brota una voz.
—No te oigo. Durante el día bien que gritas, zorrilla. ¡Grita ahora!
—¡No! —grita Ainhoa y siente el espasmo de un nuevo orgasmo.
Él se retira de nuevo y la contempla.
—¿Estás agotada? Pues yo todavía no he tenido suficiente. Tu mala conducta te llevará a la perdición. Todavía no me siento satisfecho. Todavía no te eximo de tu culpa. —La gira y le da un cachete en las nalgas. Ella se queja y él le da otro cachete y otro y otro hasta dejarle la piel sonrosada. La incorpora lo suficiente para penetrarla por detrás. Mientras empuja con inagotable vigor, deja que sus dedos, todavía húmedos de su esencia, jueguen con el ano en pompa. Ella se queja al sentirlo.
—Ya te dije que hoy has sido especialmente mala. —Aitor siente la inminente liberación, pero todavía no puede detenerse. Empuja con ímpetu arañando un grito de la castigada garganta de su mujer—. Vamos a repasar el día de hoy: esto por mi camiseta de los Ramones. Y esto por hacerme comer la sopa salada. Y esto… —cierra los ojos por la fuerza del éxtasis, incapaz de seguir enumerando la lista. Se agarra a Ainhoa, aturdido, liberado. Pasa un rato así hasta que recupera la conciencia. Se deja caer a su lado. Ella sigue temblando.
—¿Te vas a portar mejor mañana, zorrilla?
—Sí. —Pero ella sabe que no lo va a hacer y él desea que no lo haga.
Sus lenguas se enzarzan en un beso tierno y ambos se abrazan satisfechos.

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