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07 diciembre 2014

Parte 15



—¡Me alegro por ti! Y por mí, ¡claro! —Miriam se abalanzó sobre mí para abrazarme. Así de feliz acogió la noticia de mi nuevo reto profesional y su herencia de los relatos húmedos. Un buen regalo de navidad.
—Podríamos salir a celebrarlo —propuse sin soltarla.
—Desde luego, aunque espero que no tengas en mente ir a una discoteca.
La aparté un poco. Su sonrisa traviesa confirmó mis sospechas, y puse los ojos en blanco.  
—No me puedo creer que Margarita…
—¿Qué esperabas? Esa mujer colecciona aventuras sexuales. Podría inspirarnos para un libro entero de relatos húmedos.
—¿A quién más se lo contó? —El pulso se me aceleró.
—No se habla de otra cosa en el baño de las mujeres. —Miriam se rió, pero al ver que a mí no me hacía gracia, añadió—: Tranquilo, ha tenido la decencia de no entrar en detalles. Solo se jacta de haberte seducido. No te preocupes, no creo que a Francesca le importen estos chismes.
Era lo que necesitaba oír, no obstante, me aparté para coger mi abrigo y asegurar:
—No me importa lo que piense Francesca. No le debo explicaciones. ¿Nos vamos?
Pero Miriam no se movió. Me miró con indulgencia.
—A ver, ¿qué pasó?
En ese instante comprendí que no solo había encontrado a una buena compañera de trabajo en Miriam, sino a una amiga. No solía abrir mi mundo interior a nadie, pero esa noche sentía que me vendría bien y que había dado con la persona adecuada.
—Vayamos a cenar —propuse—. Aunque sí que hay una cuestión que necesito saber de una vez por todas: la foto sobre el escritorio de Francesca… ¿Quién es?
Miriam metió las manos en los bolsillos de sus tejanos.
—Francesca no habla mucho de su vida privada.
—Es su marido, ¿verdad?
—Sí.

HISTORIAS HÚMEDAS
LA FIESTA DE PIJAMAS 


¿Quién no recuerda a ese amor imposible de la adolescencia? Esa persona que avivaba nuestra fantasía y nos regaló el primer sueño húmedo. Esa persona que se paseaba ante nuestra mirada como en las películas: a cámara lenta. ¿Cuántas lágrimas hemos derramado por su indiferencia, por su “contigo no, bicho”? Y, en el caso de los chicos: cómo admirábamos a ese rival, siempre mayor que nosotros, que llegaba en su moto, le tendía un casco con soltura y se la llevaba a ese lugar con el que solo podíamos soñar. Todo después de haberse reído en nuestra cara y habernos lanzado la colilla de su pitillo, en plan: toma, algo es algo. En el caso de las chicas ese rival era la cheerleader, o si en su país no las había, la hija de la vecina, que siempre se dejaba hacer de todo, tenía experiencia y tenía unas buenas tetas.
Pocas veces conseguimos llevarnos a la persona deseada al huerto. Aunque a veces ocurren casualidades que se acercan bastante.

Era un buen plan, pensó Manu escondido detrás de los cortinones granates. Arriesgado, pervertido, indecente y estúpido, muy estúpido, pero si salía bien podía ser el plan de su vida.
Llevaba casi dos horas ahí detrás, esperando impaciente y nervioso a que se cumplieran los pronósticos de su amigo Sergio.
—Mis padres salen a la ópera y Carla me dio dinero para ir al cine… ¡a ver dos películas! Está claro que va a celebrar una de sus fiestas de pijamas —había dicho.
—No sé… ¿y si me descubren? —Manu había sudado solo de pensar en sentir otra bofetada de Carla. La primera la había recibido hacía dos semanas cuando le pidió salir. “¡Pero si todavía tienes granos, mocoso!”, le había espetado sin la menor compasión.
—No te van a descubrir. Y piensa en todo lo que vas a ver: Carla, Tania y Sara en camisón —había entonado la última palabra como si estuviera cantando—. Yo también me arriesgo infiltrándote en su dormitorio, cagón.  
Manu miró su móvil. Empezó a escribirle un mensaje a Sergio, pero escuchó la puerta de casa y se arrimó contra la pared. El corazón se le desbocó, las manos estaban sudorosas y su entrepierna empezó a palpitar. No tardó en escuchar las voces y las risas de las chicas.
Siempre se había preguntado en qué consistían las famosas fiestas de pijamas y por qué volvían tan locas a las chicas. Se pudo imaginar a las tres comiendo toneladas de helado,  charlar sobre el guaperas de Diego, planear una trama para separarlo de su novia y pasearse con él en su coche. Al menos cosas así eran las que sucedían en las películas americanas. A él le traía sin cuidado lo que hablaran. Lo que quería era ver a Carla en camisón, y si era transparente, mucho mejor. Ya que era invisible para ella, por lo menos podría consolarse con haberla visto medio desnuda.
Las tres amigas entraron en la habitación, y lo primero que recibió Manu fue un buen susto cuando Carla se acercó a la ventana. Contuvo la respiración y entrecerró los ojos como si eso lo hiciera invisible. Por suerte Carla estaba inmersa en la conversación con sus amigas y no prestó mucha atención a los cortinones mientras bajó las persianas.
Manu no se atrevió a asomarse hasta que decidió que la animada charla de  las chicas demostraba que no sospechaban de nada. Estaban sentadas sobre la cama, formando un triángulo. Quiso aprovechar para sacar una foto con el móvil y enviársela a Sergio, pero lo que vio solo dejó reaccionar una parte de su cuerpo. No llevaban camisón, estaban en ropa interior.
Carla estaba de frente, y aunque ya la había visto en bikini, el sujetador negro alzaba mucho mejor sus pechos. Eran grandes, y en el cuerpo grácil de Carla parecían aún más resultones, tanto, que uno se preguntaba cómo era posible que no la hicieran caer hacia delante. Manu sintió un escalofrío al imaginar sus manos acariciándolos. Tania estaba de espaldas hacia él, y cada vez que se movía le mostraba sus nalgas, donde se escondía el afortunado tanga.
Las ganas de masturbarse debilitaron sus piernas, pero el miedo a ser descubierto lo obligó a limitarse a desabrochar unos botones de su pantalón para aliviar la opresión. Estaba tan absorto en observar los cuerpos de las chicas que no prestó atención a lo que decían. Aunque de pronto lo sobresaltó el silencio. Temió que sospecharan ser observadas, pero no era esa la razón de haberse callado. La manera en la que se miraban y se sonreían le pareció lasciva. Incapaz de pestañear observó que empezaban a acariciarse suavemente.  Los pies, las piernas, los brazos… los pechos. Carla fue la primera en quitarse el sujetador para ofrecer sus pechos a sus amigas. Ellas aceptaron la invitación, y sus lenguas no tardaron en jugar con los pezones rosados y erectos. Carla gimió y Manu tuvo ganas de aullar. Se llevó la mano al pene, incapaz de calmar su excitación. 
Las tres chicas se desnudaron mutuamente sin parar de reír, de acariciarse y darse besos húmedos. Mientras Tania y Sara juntaron sus pechos como si estuvieran batallando, Carla paseó su cuerpo desnudo por la habitación para sacar algo del fondo de un cajón. Cuando Manu descubrió lo que balanceaba en sus manos con una sonrisa prometedora, estuvo a punto de gritarle que se dejara de penes artificiales. ¡El suyo ya no aguantaba más! Intentó no hacer ruido cuando empezó a masturbarse detrás de los cortinones. Mientras veía a Carla jugar con el sexo de sus amigas, se imaginó que era él el que las penetraba. Las chicas estallaron en sonoros orgasmos y cambiaron de turno. Actuaban con más urgencia, como si el deseo fuera imposible de parar. Ahora eran Tania y Sara las que daban placer a Carla. ¡Cómo se retorcía en la cama mientras las manos y las lenguas recorrían su cuerpo! ¡Cómo gemía mientras esa maldita goma ficticia desaparecía en su interior!
La mano de Manu trabajó con rapidez. El destino era benévolo, sí. Tantas veces como Carla lo había rechazado y ahora estaban ahí, a punto de llegar juntos al clímax.
—¡Sí…sí…sí! —gritó Carla y Manu explotó contra los cortinones. Estuvo a punto de perder el equilibrio, pero consiguió echarse hacia la pared. Dio gracias de que las chicas estuvieran todavía bajo la embriaguez del orgasmo y se tumbaran en la cama. Le ofrecieron sus cuerpos rendidos por el sexo. El momento ideal para sacarles una foto, pero las manos le temblaban, y prefirió deleitarse con ese regalo que no volvería a disfrutar.
Después de cinco minutos las chicas se pusieron unos camisones y salieron charlando de la habitación para hacer algo de cenar. Momento que Manu aprovechó para fregar un poco la mancha sobre el cortinón granate, pero visto que solo conseguía embadurnarlo todo y que tampoco parecía lo que era en realidad, se apresuró en salir y esconderse en la habitación de Sergio. Lo esperaría ahí, entre el tufo de las zapatillas deportivas y revistas guarras que había debajo de la cama.
 Tuvo que ser muy convincente para que Sergio no descubriera lo que había pasado en el dormitorio de su hermana. Quiso que esa fiesta fuera solo suya. Ese recuerdo del orgasmo conjunto con Carla sería su gran aliado cuando se sintiera un mísero don nadie. Una Carla que, por cierto, a partir de esa noche siempre se preguntaría por qué Manu le sonreía de una manera tan enigmática.


Por A. B. 

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