Inicio

07 septiembre 2014

Parte 3




Historias impresas y apuntes empezaban a expandirse comiéndose el escaso espacio de mi despacho. Poco a poco me estaba haciendo con un motín considerable de fantasías sexuales. Había optado por imprimir las más destacables y ordenarlas por categorías. En la esquina derecha de la mesa estaban las aventuras con extraños (sin duda el montón más significativo), en la repisa de la ventana, junto al cacto mortecino, había apilado anécdotas diversas de parejas, en el suelo había reunido una colección de orgías, y así sucesivamente hasta dejarme el espacio justo para sentarme frente a mi portátil.
Había decidido escribir sobre los pies, dado que había recibido varias historias y fantasías sobre este tema. Me pareció curioso que los pies tuvieran algo que contar en ese aspecto, nunca había reparado en ellos con otro fin que no fuera el de mantenerme en vertical. Me quité los zapatos, los calcetines y observé mis pies con otros ojos. Justo cuando reparé en que no estaría mal cortarme las uñas, se abrió la puerta con estruendo. Margarita, la chica de la limpieza, se quedó en el umbral mirando mis pies descalzos. Luego me miró desconfiada, cerró la puerta y dejó la bayeta y el trapo sobre el montón de las aventuras con extraños. Me incliné hacia delante para protestar, pero ella me interrumpió:
—¿Sabes? Has conseguido ponerme cachonda con tus historias de sexo.
La miré enmudecido y pestañeé nervioso.
—¿En serio? No sé si ese era el propósito de escribir esta columna.
—¡Estás de broma! —refutó sin reparar en mi ironía—. ¿Por qué razón iba un hombre a escribir relatos eróticos si no es con intención de ligar?
Era ciertamente un argumento absurdo. Margarita se rio, cogió sus útiles y volvió a dejarme solo y confuso. Consideré un instante volver a calzarme, pero ya que iba a escribir sobre la conexión entre el placer y los pies, opté por quedarme así.


HISTORIAS HÚMEDAS
CUANDO LOS PIES QUIEREN SEXO



Supongo que a nadie le sorprenderá que le diga que existe el fetichismo por los pies. Bueno, aclarémoslo: fetichismo no es la palabra, es parcialismo, ya que en realidad se trata del interés por una parte del cuerpo concreta y que no sean los genitales. También se le llama Podofilia, que, a su vez, es un tipo de parafilia. ¿Me siguen? Hay ciertamente todo un glosario de nombres extraños para describir la devoción por los pies humanos.  Por otro lado, basta con buscar por la red para descubrir un sinfín de servicios que ofrecen estas extremidades. Está por ejemplo el Sandaljob, que es el sexo con sandalias  o el Heeljob, que es el sexo con tacones. Si no es usted experto o experta en estas prácticas y se pregunta en qué consisten, les remito a la red, donde podrán saciar su curiosidad en casi un millón de entradas.  Nada con valor científico, por supuesto, pero pasarán un rato divertido. Eso sí, conviene tener un buen antivirus instalado.
Luego también existen métodos como la reflexología, que no tiene que ver con el sexo, al menos no directamente. Según esta técnica, cada órgano de nuestro cuerpo tiene su punto equivalente en los pies. Es suficiente con apretar el punto exacto para conseguir liberarse de  molestias y tensiones. Los órganos sexuales estarían representados por el talón y los tobillos. Y en este sentido hay quien asegura que con un poco de aceite aromático y el masaje adecuado se puede alcanzar el orgasmo. Aunque para eso las geishas, que, al parecer, son capaces de llevar al hombre al cielo más delicioso con tan solo chuparle los dedos de los pies. 
Aunque, volvamos a los diferentes tipos de “Jobs” de los que les hablé antes. Me siento en deuda con ustedes. Así que permítanme saciar su curiosidad, al menos en parte, sobre lo que sería un Footjob en toda regla con esta corta historia. 
Estaba sentado en la sala de espera de mi psicoanalista. A mis cuarenta y pico tenía ganas de resolver el problema de mi incapacidad para mantener relaciones estables. Francamente estaba convencido de estar perdiendo el tiempo y el dinero. Supongo que, ya que el  psicoanálisis suele relacionar todo con el sexo, me apetecía descubrir que en realidad era un pervertido incurable.
La sala de espera era pequeña y la disposición de los mullidos asientos hacía que uno chocara constantemente con las piernas de otros pacientes. Aunque ese día solo estaba acompañado de una mujer que ojeaba el Vogue sin demasiado interés. Cuando al cruzar las piernas por enésima vez le propiné una leve patada, hice el amago de levantarme para despejarme un poco por el pasillo.
—No se preocupe —dijo ella—, estoy segura de que han puesto los sillones de esta manera para que los pacientes podamos intimidar.
Le reí la gracia y me quedé sentado. Ella volvió a su revista, pero su pie izquierdo comenzó a subir lentamente por mi pierna. Al principio pensé que se debía a la cercanía e iba a moverme un poco hacia un lado, pero su pie me detuvo con decisión. Seguía subiendo. Había alcanzado el ángulo de la rodilla y ahora seguía avanzando por el muslo. Me puse tenso y miré hacia la puerta por la que de un momento a otro se asomaría el médico para llamarme. Pero tampoco quise apartarme, intrigado por ver hasta donde quería llegar esa mujer.
—Quíteme el zapato —dijo sin dejar de ojear las últimas tendencias en moda—. Y no se preocupe, tenemos mucho tiempo. Acaba de entrar el joven ejecutivo de los miércoles, que no tiene clara su sexualidad, y Carmelo le está ayudando a descubrirla. No sé si me entiende.
No dije palabra y le quité la bailarina dorada para dejar al descubierto un pie con uñas pintadas de esmalte morado. Se posó sobre mi bragueta y empezó a frotar con movimientos verticales. La observé con mirada borrosa y su expresión casi me deleitó tanto como su creciente presión. Parecía seducida por el tacto y el sonido de su piel sobre mis vaqueros. Entonces tiró la revista a un lado. Ahora tenía los ojos cerrados mientras se movía de forma sinuosa en el sillón. Sentí la necesidad de desnudarla. Me costó contener el deseo que bullía dentro de mí.
—¡Bájese los pantalones! —jadeó entonces y pensé que ella también deseaba la penetración. Pero para mi sorpresa se quitó el segundo zapato. Apenas fui capaz de cumplir sus órdenes, puesto que ambos pies hurgaban ahora en mi entrepierna. Con una agilidad asombrosa cogió mi pene entre ambos pies y empezó a masajearlo. Mi miembro no tardó en reaccionar y a bailar al ritmo que ella marcaba. Fue la sensación más increíble que había experimentado jamás y no fui capaz de apartar mi mirada de esos pies que me proporcionaban tanto placer. Me sentí desvanecer. Quise a toda costa prolongar ese momento, me agarré con fuerza en los apoyabrazos, pero finalmente estallé.
—Ha sido increíble—dije todavía temblando mientras intenté cerrarme los botones del pantalón a toda prisa.
—Eso es evidente —contestó ella y cogió un pañuelo para borrar los restos de mi pasión sobre sus pies. Justo entonces se abrió la puerta y un despeinado joven vestido con  traje entró para recoger su abrigo. Ella y yo nos sonreímos por lo bajo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario