Historias impresas y apuntes empezaban a expandirse
comiéndose el escaso espacio de mi despacho. Poco a poco me estaba haciendo con
un motín considerable de fantasías sexuales. Había optado por imprimir las más
destacables y ordenarlas por categorías. En la esquina derecha de la mesa
estaban las aventuras con extraños (sin duda el montón más significativo), en
la repisa de la ventana, junto al cacto mortecino, había apilado anécdotas diversas
de parejas, en el suelo había reunido una colección de orgías, y así
sucesivamente hasta dejarme el espacio justo para sentarme frente a mi
portátil.
Había decidido escribir sobre los pies, dado que
había recibido varias historias y fantasías sobre este tema. Me pareció curioso
que los pies tuvieran algo que contar en ese aspecto, nunca había reparado en
ellos con otro fin que no fuera el de mantenerme en vertical. Me quité los
zapatos, los calcetines y observé mis pies con otros ojos. Justo cuando reparé
en que no estaría mal cortarme las uñas, se abrió la puerta con estruendo. Margarita,
la chica de la limpieza, se quedó en el umbral mirando mis pies descalzos.
Luego me miró desconfiada, cerró la puerta y dejó la bayeta y el trapo sobre el
montón de las aventuras con extraños. Me incliné hacia delante para protestar,
pero ella me interrumpió:
—¿Sabes? Has conseguido ponerme cachonda con tus
historias de sexo.
La miré enmudecido y pestañeé nervioso.
—¿En serio? No sé si ese era el propósito de
escribir esta columna.
—¡Estás de broma! —refutó sin reparar en mi ironía—.
¿Por qué razón iba un hombre a escribir relatos eróticos si no es con intención
de ligar?
Era ciertamente un argumento absurdo. Margarita se
rio, cogió sus útiles y volvió a dejarme solo y confuso. Consideré un instante
volver a calzarme, pero ya que iba a escribir sobre la conexión entre el placer
y los pies, opté por quedarme así.
HISTORIAS HÚMEDAS
Supongo que a nadie le sorprenderá que le diga que
existe el fetichismo por los pies. Bueno, aclarémoslo: fetichismo no es la
palabra, es parcialismo, ya que en realidad se trata del interés por una parte
del cuerpo concreta y que no sean los genitales. También se le llama Podofilia,
que, a su vez, es un tipo de parafilia. ¿Me siguen? Hay ciertamente todo un
glosario de nombres extraños para describir la devoción por los pies humanos. Por otro lado, basta con buscar por la red para
descubrir un sinfín de servicios que ofrecen estas extremidades. Está por
ejemplo el Sandaljob, que es el sexo
con sandalias o el Heeljob, que es el sexo con tacones. Si no es usted experto o
experta en estas prácticas y se pregunta en qué consisten, les remito a la red,
donde podrán saciar su curiosidad en casi un millón de entradas. Nada con valor científico, por supuesto, pero
pasarán un rato divertido. Eso sí, conviene tener un buen antivirus instalado.
Luego también existen métodos como la reflexología,
que no tiene que ver con el sexo, al menos no directamente. Según esta técnica,
cada órgano de nuestro cuerpo tiene su punto equivalente en los pies. Es
suficiente con apretar el punto exacto para conseguir liberarse de molestias y tensiones. Los órganos sexuales estarían
representados por el talón y los tobillos. Y en este sentido hay quien asegura
que con un poco de aceite aromático y el masaje adecuado se puede alcanzar el
orgasmo. Aunque para eso las geishas, que, al parecer, son capaces de llevar al
hombre al cielo más delicioso con tan solo chuparle los dedos de los pies.
Aunque, volvamos a los diferentes tipos de “Jobs” de
los que les hablé antes. Me siento en deuda con ustedes. Así que permítanme
saciar su curiosidad, al menos en parte, sobre lo que sería un Footjob en toda regla con esta corta
historia.
Estaba sentado en la sala de espera de mi
psicoanalista. A mis cuarenta y pico tenía ganas de resolver el problema de mi
incapacidad para mantener relaciones estables. Francamente estaba convencido de
estar perdiendo el tiempo y el dinero. Supongo que, ya que el psicoanálisis suele relacionar todo con el
sexo, me apetecía descubrir que en realidad era un pervertido incurable.
La sala de espera era pequeña y la disposición de
los mullidos asientos hacía que uno chocara constantemente con las piernas de
otros pacientes. Aunque ese día solo estaba acompañado de una mujer que ojeaba
el Vogue sin demasiado interés. Cuando al cruzar las piernas por enésima vez le
propiné una leve patada, hice el amago de levantarme para despejarme un poco
por el pasillo.
—No se preocupe —dijo ella—, estoy segura de que han
puesto los sillones de esta manera para que los pacientes podamos intimidar.
Le reí la gracia y me quedé sentado. Ella volvió a
su revista, pero su pie izquierdo comenzó a subir lentamente por mi pierna. Al
principio pensé que se debía a la cercanía e iba a moverme un poco hacia un
lado, pero su pie me detuvo con decisión. Seguía subiendo. Había alcanzado el
ángulo de la rodilla y ahora seguía avanzando por el muslo. Me puse tenso y
miré hacia la puerta por la que de un momento a otro se asomaría el médico para
llamarme. Pero tampoco quise apartarme, intrigado por ver hasta donde quería
llegar esa mujer.
—Quíteme el zapato —dijo sin dejar de ojear las
últimas tendencias en moda—. Y no se preocupe, tenemos mucho tiempo. Acaba de
entrar el joven ejecutivo de los miércoles, que no tiene clara su sexualidad, y
Carmelo le está ayudando a descubrirla. No sé si me entiende.
No dije palabra y le quité la bailarina dorada para dejar
al descubierto un pie con uñas pintadas de esmalte morado. Se posó sobre mi bragueta
y empezó a frotar con movimientos verticales. La observé con mirada borrosa y su
expresión casi me deleitó tanto como su creciente presión. Parecía seducida por
el tacto y el sonido de su piel sobre mis vaqueros. Entonces tiró la revista a
un lado. Ahora tenía los ojos cerrados mientras se movía de forma sinuosa en el
sillón. Sentí la necesidad de desnudarla. Me costó contener el deseo que bullía
dentro de mí.
—¡Bájese los pantalones! —jadeó entonces y pensé que
ella también deseaba la penetración. Pero para mi sorpresa se quitó el segundo
zapato. Apenas fui capaz de cumplir sus órdenes, puesto que ambos pies hurgaban
ahora en mi entrepierna. Con una agilidad asombrosa cogió mi pene entre ambos
pies y empezó a masajearlo. Mi miembro no tardó en reaccionar y a bailar al
ritmo que ella marcaba. Fue la sensación más increíble que había experimentado
jamás y no fui capaz de apartar mi mirada de esos pies que me proporcionaban
tanto placer. Me sentí desvanecer. Quise a toda costa prolongar ese momento, me
agarré con fuerza en los apoyabrazos, pero finalmente estallé.
—Ha sido increíble—dije todavía temblando mientras
intenté cerrarme los botones del pantalón a toda prisa.
—Eso es evidente —contestó ella y cogió un pañuelo
para borrar los restos de mi pasión sobre sus pies. Justo entonces se abrió la
puerta y un despeinado joven vestido con
traje entró para recoger su abrigo. Ella y yo nos sonreímos por lo bajo.
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